"Las programaciones de radio y televisión, en las franjas más susceptibles de audiencia de niños y adolescentes, deben favorecer los objetivos educativos que permitan estos medios de comunicación y deben potenciar los valores humanos y los principios del Estado económico y social".
Ley
8/1996, de 27 de julio
A continuación se especifica:
"Las emisiones de televisión no deben incluir programas ni escenas o mensajes de cualquier tipo que puedan perjudicar seriamente el desarrollo físico, mental o moral de niños y adolescentes, ni programas que fomenten el odio, el menosprecio o la discriminación por motivos de nacimiento, etnia, sexo, religión, nacionalidad, opinión o cualquier otra circunstancia personal o social".
¿Son estas premisas dictaminadas por Ley en lo que se basan los programas que se nos ofrecen hoy en día? En mi opinión
NO en la gran mayoría y de esta manera quería introducir un nuevo tema junto a todos vosotros, centrándome en niños y adolescentes, grupos más propensos a “sufrir” los efectos de los medios, porque cuando l@s chic@s finalicen su etapa educativa formal habrán pasado más tiempo mirando la televisión que en el aula. Mientras ésta puede entretener y/o informar, también puede influenciarlos de manera indeseable. Y esta influencia puede ser negativa en el desarrollo de un sistema de valores y en la formación del comportamiento.
Además el tiempo que se pasa frente al televisor es tiempo que se le resta a actividades importantes como la lectura, el trabajo escolar, el juego, la interacción con la familia y el desarrollo social. Muchas veces no saben diferenciar entre la fantasía presentada en la televisión y la realidad. Están bajo la influencia de miles de anuncios comerciales que ven al año, muchos de los cuales son de bebidas alcohólicas, comidas malsanas, comidas de preparación rápida y juguetes.
Los padres deben de asegurarse que sus hijos tengan experiencias positivas con la televisión y pueden ayudar: mirando los programas con los hijos, escogiendo programas apropiados para el nivel de su desarrollo, poniendo límites a la cantidad de tiempo (a diario y por semana), apagando la televisión durante las horas de las comidas en familia y del tiempo de estudio, apagando los programas que no les parezcan apropiados para ellos, etc. Por ejemplo, las horas de estudio deben dedicarse al aprendizaje, no son para sentarse frente a la televisión mientras tratan de hacer la tarea y las horas de las comidas son tiempo para conversar con otros miembros de la familia.
No hay que olvidar nunca estimular discusiones con los hijos sobre lo que están viendo mientras miran programas juntos, señálando el comportamiento positivo como la cooperación, la amistad y el interés por otros y a la vez, estimular al niño para que se envuelva en pasatiempos, deportes y con amigos de su misma edad. Y es que con una orientación apropiada, los niños pueden aprender a usar la televisión de una manera saludable y positiva.
De todas formas, no solo la responsalibilidad es de los padres, sino que es necesario repartir dicho compromiso de la formación de la infancia impulsando la implicación de todas las personas que directa o indirectamente pueden influir en la formación infantil y juvenil, ya sea desde la misma escuela, vecindario... y por supuesto, los propios medios.
Hay organizaciones y órganos como el CAC (Consejo Audiovisual de Cataluña) que se encarga de velar por el respeto de los derechos y libertades de los ciudadanos en las radios y televisiones regionales, regulando y apoyando el desarrollo de la industria audiovisual de Cataluña y velando por el cumplimiento de la normativa audiovisual observando la adecuada relación de la Administración con los medios de comunicación audiovisuales. Y una de sus misiones es garantizar y promover el respeto a los valores y principios constitucionales, y en especial, la protección del pluralismo, la juventud y la infancia.
En la misma página web (
http://www.cac.cat/) se ofrecen enlaces a otras webs interesantes sobre el tema, documentos, manuales y materiales a todo ususario, tanto a familias como profesionales, ya sea de la educación y/o de los medios de comunicación.
Dicho esto, creo que
la televisión se ha proclamado como el gran referente social y cultural de las sociedades contemporáneas. Idolatrada y denostada a partes iguales, ocupa gran parte del tiempo de los ciudadanos de las sociedades avanzadas. No hay clase social o cultural que se sustraiga a la seducción de las imágenes y mediatiza la vida de adultos y jóvenes en la misma medida.
Pero la televisión se ha convertido en la
caja de Pandora a la que todo el mundo culpa de la mayor parte de los males que aquejan a los ciudadanos. Filósofos, profesores, sociólogos, padres y madres reflexionan sobre el poder de la televisión. Hay una frontera que separa a los que resaltan lo bueno del medio (sus posibilidades de conocer el mundo en directo, sus usos en educación, su capacidad para entretener y divertir) y los que opinan que el conocimiento superficial, la incultura y el aburrimiento se introducen en el seno de las familias por medio de este ingenio tecnológico cada día más perfeccionado.
Hasta la clase política ha percibido que debe dar respuesta a todos los interrogantes que plantean los ciudadanos:
¿Hay manipulación informativa en todas las televisiones, tanto públicas como privadas? ¿Es realmente necesario que existan televisiones públicas? ¿Cómo deben ser éstas financiadas? ¿Es necesario regular el sector o es preferible dejarlo según las necesidades del mercado?... En este sentido ha habido en Europa
tres interesantes intentos por regular (o no) la televisión:
- El Consejo de Europa ya en 1986 ofreció una serie de consejos sobre las televisiones públicas encaminados a que éstas ayuden a la difusión de valores democráticos y a la difusión de la cultura europea.
- El Senado francés a finales de 1996-1997 emitió un documento que era al mismo tiempo reflexión y advertencia: por un lado se indagaba en el peso que la nueva cultura de la información tenía sobre el ciudadano, haciendo especial hincapié en la televisión, y por otro se concluía que era necesario un cierto control que tuviera como consecuencia una televisión de calidad.
- De la misma manera en 2004,
el gobierno de Rodríguez Zapatero reunió lo que llamaron un «consejo de sabios» para que reflexionara y apuntara soluciones sobre el fenómeno televisivo. El cual propuso una televisión de calidad que no persiga exclusivamente el beneficio mercantil.
La polémica continúa aún vigente entre el intervencionismo estatal o la preponderancia de las leyes del mercado. En definitiva,
¿debe la televisión pública competir con las televisiones privadas o tiene que cumplir la función social del servicio público y garantizar calidad?
Personalmente creo que habrá personas en contra de regular la televisión porque lo asimilan como censurar los medios, como un método social represivo. Pero la garantía de la libertad de expresión e información es un presupuesto del correcto funcionamiento de un sistema democrático. La
función de la libertad de información es fundamental cuando se trata de la televisión ya que ésta se constituye no solo en un medio, sino también en un factor en la formación de la opinión pública.
Esta doble vía la convierte en una especie de foro con una poderosa fuerza sugestiva donde define como “real” todo lo que vemos. Exigir que la información cumpla con determinados requisitos de programación orientados a fortalecer la democracia, no es lo mismo que imponer contenidos específicos en esa misma programación. El Estado no viola su papel neutral en la información si exige que la información difundida por el medio audiovisual deba ser veraz, objetiva, e imparcial; que deban separarse claramente los contenidos informativos de las opiniones (ejemplo de TODOS los telediarios actuales, porque no se salva ni uno) y que deban ilustrarse varios puntos de vista relevantes sobre un tema.
El problema surge cuando la velocidad del medio y la necesidad de retener la audiencia, ante la alta oferta televisiva, provocan que todos los formatos, novelas, concursos, telediarios... recurran cada vez más a la exaltación de emociones: amor, odio, celos, venganza como resortes dramáticos efectivos para el fin último de retener audiencia. En su afán por lograr altos niveles de share, la televisión en el mundo está olvidando su principal receptor: la familia y las audiencias protegidas dentro de ella, la niñez y la juventud, quienes, evidentemente como ya he dicho anteriormente, tienen el poder de dejar el mando y ponerse a leer un libro.
Por último ya, decir que los nuevos formatos del medio también dificultan su regulación. ¿Cómo legislar ahora que los mismos sujetos están dispuestos a “vender” datos de su intimidad que acaban convirtiéndose a la fuerza en asuntos de interés público? ¿Cómo defender el derecho del buen nombre o a la intimidad cuando éstos se volvieron gracias a algunos realities y programas de concurso “bienes negociables”? Lo triste es haber llegado a este punto, al hecho de tener que preguntarnos si hace falta o no regular los medios de comunicación.
“En la medida que dejemos de ver basura entonces dejará de existir”